Observé mi copa de vino, delicioso, caro. Lo paladeé. Pocas veces tenía una la oportunidad de aprovecharse de la cara y extensa bodega de Carlos Armesto. Conseguí refrenarme y no acabármela mientras me recordaba que había ido a esa fiesta en parte a trabajar. Levanté la mirada y me encontré la mirada reprobadora de mi mejor amiga mientras ella sujetaba una simple cerveza. Detrás de ella un par de fantasmas flotaron recelosos, rodeándola con miedo. Siempre había fantasmas alrededor suyo, ni siquiera me molesté en espantárselos.
Miré al resto de invitados. Hombres y mujeres de la alta sociedad, o al menos, altas finanzas. Gente pudiente y corriente. Futuros clientes. Entrecerré los ojos y conseguir filtrar los vivos de los muertos, al fin y al cabo yo ofrecía diferentes servicios a unos y a otros.
Saqué mis tarjetas de visita, dispuesta a repartirlas entre los invitados. En ella se leía con letra elegante y colores doradas mi nombre y mi profesión:
«Doña Lola de María.
Médium»
Por desgracia, antes de empezar con mi sesión de marketing un fantasma abrió la puerta de una patada y comenzó a gritar. Dejé escapar un suspiro mientras guardaba de nuevo las tarjetas en mi bolso, apuré mi copa y me dispuse a trabajar.