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MOVIDAS
movidas - Relato a catorce manos: La Anticorona · 09/11/2019

Ahora que hemos acabado la aventura de Parabellum, y mientras sigo preparando la siguiente historia para los viernes, he pedido a los Patreons que me ayudasen a crear una historia entre todos. Yo les hacía preguntas, ellos respondían, y con eso escribía un relato. Estas son las preguntas:

¿En qué país ocurre?

Me pido prime! En Rusia!

 daniel pozo

¿En qué siglo ocurre?

Siglo 16

 Carlos Rodriguez Fernandez

¿Qué profesión tiene el primer personaje?

Orfebre!

 Jon Sanchez

¿Qué problema tiene el segundo personaje?

Es tartamudo

 Luis Angel Renes Diez

¿De qué material está hecho el objeto por el que discuten?

De antimateria :D

Carlos Puyuelo Rosas

Te odio, Puyu

Morán

¿Qué explota?

La revolución

 Kaigosha



Y este es el resultado:


La Anticorona


Hacía semanas que los estallidos metálicos de los cañones habían sustituido a los de las campanas a la hora de dar la hora en Moscú. Las enormes armas patrullaban las murallas del palacio con su andar de araña de acero, disparando automáticamente a cualquier atacante que se pusiese a tiro.

Fieles a la Zarina, los autómatas mantenían a raya a la revolución. Por desgracia para la autoproclamada dirigente pero por suerte para el Movimiento Del Pueblo, las pesadas armas no podían salir de palacio, limitándose a contener a el Pueblo en el lado correcto del palacio, siendo este preferiblemente el de fuera.

El Pueblo no tenía problema con su posición y esperaba calmado. Las hambrunas, los expolios, los duros inviernos rusos habían curtido su paciencia hasta convertirla en un duro cuero que cubría su piel con indiferencia. Podían esperar. Con la mayor parte del ejército sublevado, el tiempo estaba de su parte, el asedio podía alargarse todo lo que quisieran los del interior de palacio, al fin y al cabo, eran ellos los que pasarían hambre. Por una vez.

La Zarina Ana Ana Anastasia irrumpió en el taller del orfebre real de una patada en la puerta. La patada, obviamente, había sido delegada en uno de sus imponentes cosacos golem, que derribaron la puerta sin esfuerzo. Daba igual, había muchas puertas en el palacio, lo que no había era tiempo.

- ¿Ha... - La Zarina Ana Ana Anastasia pudo ver como la autoridad de su violenta entrada desaparecía en cuanto intentó pronunciar la primera palabra. No quería salir. Estaba ahí, la notaba, la podía ver, pero su cuerpo se negaba a dejarla escapar tan fácilmente. Apretó los dientes, dejó escapar un suspiro que recordaba a los servos hidráulicos de sus cañones, y volvió a intentar acabar la frase - ¿Has conse... - un esfuerzo más - ...guido acabar la corona?

A pesar de su tartamudeo, su elegante y amenazadora porte, entrecomillada por un regimiento de cosacos golem, dejaban clara su autoridad. La patada en la puerta había sido por asegurar.

El orfebre real la miró. No negaba dicha autoridad, pero tras años de gritos y amenazas, se había acostumbrado a ella. Se permitió el lujo de toser cubriéndose con un pañuelo durante varios segundos, bajo la impaciente mirada de la Zarina. Al acabar, observó con tranquilidad el pañuelo. Esta vez no había sangre. Buena señal.

- Su alteza, - comenzó el orfebre. - Me temo que aunque mi vida durase muchos años más, no tendría tiempo para dar por finalizado su último encargo.

- Podemos adel... - la Zarina tragó saliva. De nuevo las palabras volvían a traicionarle en el interior de su gargante, partiendo su amenaza en dos - ...adelantar dicha fecha si... lo prefieres. ¿No has ac..cabado la anticorona?

- Por supuesto que sí, majestad. - el orfebre señaló con desdén una de las mesas de su taller, la única que no estaba iluminada, a pesar de que varias velas ardían a su alrededor. Algo en su centro se comía la luz. - Ha sido extremadamente complicado y he tenido que usar cinceles de vacío para grabar los últimos detalles de la joya de antimateria, pero la corona está teóricamente terminada.

La Zarina se acercó a la nueva obra de su orfebre con pasos tan apresurados como impropios de una dama de su alcurnia. Sonrió al verla de cerca y sus dientes nacarados devolvieron un brillo de colores que no tenían cabida en el arco iris. Si pudo refrenar su impulso de ponérsela en el acto, fue gracias a la experiencia. Las inestables joyas de su orfebre eran tan poderosas como impredecibles, y aún conservaba un corte en su mano derecha debido a un brazalete tallado en luz que se escapó entre sus dedos.

- ¿Es...? - la zarina dudó. - ¿Es segura?

El orfebre dejó escapar una carcajada tan sincera que uno de los golems llevó su mano a la espada ante tamaña afrenta a su dueña.

- Su alteza. - comenzó el orfebre tras su arrebato. - Mi salud aún no se ha recuperado tras haber trabajado con el colgante de plutonio del que le hice entrega hace un año. Su poder es inmenso, y gracias a él, su alteza ha conseguido mantener al ejército de los Co-reyes teutones en cintura. La energía de dicho elemento puede alimentar a su magia y a la de su ejército al menos durante diez años más. - el orfebre dudó, y se calló la observación de que todo eso seguiría ocurriendo solo si el colgante no decidía explotar arrasando el Palacio. - Y todo esto gracias a una simple piedra que brilla. Lo que hay contenido en la joya de esa corona es... es algo completamente diferente.

- Parece una simple piedra que brilla. Pero en lugar de brillar en verde, lo... lo hace en azul. - masculló la Zarina con tanto desdén que las palabras salieron casi sin tropezarse.

- No, no, su alteza, no se equivoque. - corrigió a la zarina el orfebre con la tranquilidad de alguien que está a una tos muy fuerte de la tumba. - Esto no es una piedra que brilla. Es, de hecho, todo lo contrario.

- ¿Una piedra que no... brilla?

- No, no. Es justo lo contrario a una piedra. Es lo opuesto a una piedra.

La Zarina, cuya reservas de paciencia habían sido diezmadas tras varias semanas de asedio, arqueó una ceja, logrando que varios de sus cosacos frunciesen el ceño simultáneamente. Decidió ahorrarse las explicaciones de su molesto orfebre.

- ¿Generará energía suficiente como para.. para elevar a mis ejércitos?

- Si no explota arrasando Moscú, seguramente sí. Pero es inestable, demasiado. Está engarzada en cadenas de vacío, pero si una de esas cadenas se rompe, si acumula demasiada energía, o si toca la joya que contiene la antimateria, liberará demasiada energía. Ni siquiera su alteza podrá contenerla.

En ese momento, la Zarina Ana Ana Anastasia se percató que su eficiente pero descarado orfebre se había introducido tan sutilmente al otro lado de la injuria, que hasta ese momento no había notado lo cerca que estaba de la traición. Su posición le había conferido demasiado tranquilidad, pero no podía permitir que un simple trabajador, por muy hábil y especializado que fuese, se tomase tantas licencias.

Además, si la corona funcionaba tan bien como le había prometido en sus cálculos iniciales, no volvería a necesitar de su ayuda.

Un par de cañonazos en el exterior le recordó que si no funcionaba, tampoco la necesitaría.

Sin dudarlo, y con una fluidez de movimientos que resultaba la envidia de su discurso hablado, agarró la corona y la sustituyó por la suya propia, hecha de simple coral fundido. En cuanto el nuevo adorno se aferró a su cabeza, pudo notar su poder.

La energía que generaba la antimateria, el potencial que se escondía en el interior de la joya, preparado e incluso ansioso de ser liberado, era inconcebible. Su colgante de plutonio era una simple baratija en comparación de lo que podría hacer con esta nueva fuente de poder.

- Su alteza, se lo ruego, tenga cuidado, un poder así no debería estar en...

- ¿Dónde debería estar tanto poder, si no es en mi... - las palabras osaron volver a atascarse, y esta vez en frente de tan descarado plebeyo. - ...mi ca... - La impotencia se transformó en rabia, y ésta logró que las palabras aún se resistiesen más. La Zarina comenzó a gritar, roja- ¡...mi puta cabeza!

El orfebre dio un paso atrás. La joya de la anticorona hizo lo contrario a brillar, tornando las luces en sombras y las sombras en luces durante unos segundos. Había sido mala idea. La joya no estaba preparada para la Zarina, y mucho menos al revés.

Por su parte, el acceso de rabia de la Zarina logró desatar parte del potencial de su nuevo y poderoso adorno. Pudo sentirlo. Una fuente de poder descomunal, incomparable a nada que había notado en sus más de trescientos años de vida. Su orfebre se equivocaba. Podía con ella, podía controlarla. No había poder que la cabeza de la Zarina Ana Ana Anastasia no pudiese doblegar. Y si su orfebre había decidido contrariarla, era un gran momento para demostrarle que se equivocaba. Por todo lo alto.

La Zarina levantó el dedo lentamente, a la misma velocidad que se dibujaba una sonrisa en su rostro. A la vez que lo hacía en el rostro de todos los cosacos golem que la escoltaban.

El orfebre dio otro paso atrás, pero tras ver el rostro decidido de la hechicera, calculó que sería el último. También calculó que una muerte rápida acabaría con él mucho con más misericordia que la enfermedad que le estaba comiendo desde dentro. Cerró los ojos y aceptó el injusto pago que la Zarina estaba a punto de ofrecerle.

La hechicera escogió el hechizo, accedió a la inmensa fuente de poder que se escondía en su nueva anticorona y pronunció las palabras mágicas que pondrían fin a su relación comercial.

- Expectorrask... - la última letra se negó a salir. Su problema de dicción se burlaba de nuevo de ella, impidiendo que algo tan sencillo como unas palabras mágicas saliesen de su boca sin problema. Intentó comenzar de nuevo, pero no podía. El hechizo ya había empezado. Había que acabarlo.

Apretó la lengua, pero la última letra se negó a salir, y la Zarina comenzó a enfurecerse. La energía de la joya seguía brotando, acumulándose en el hechizo vertiginosamente. Su rabia solo aceleraba el proceso, y esto a su vez la enfurecía metiéndose en un bucle que cargaba sus dedos de magia a niveles en exceso peligrosos hasta para ella.

Y la maldita letra seguía sin salir.

Ana Ana Anastasia sintió, por primera vez desde hacía ciento cincuenta años, miedo. La energía seguía saliendo a borbotones de su corona, con un caudal que ninguneaba al vómito de un volcán. Podía notar la punta de sus dedos arder con magia. Podía notar los bordes de su aura comenzar a carbonizarse. Podía notar su colgante de plutonio resquebrajarse. Podía notar la última letra de su hechizo negándose a salir. Aferrada. Clavando sus afiladas garras en las paredes de su garganta.

Solo necesitaba decir una letra, y sus problemas, su irrespetuoso orfebre y su molesta revolución se acabarían de una vez por todas.

Lo intentó una vez más.


Un humeante cañón de bronce cayó del cielo ante la indiferente mirada de Velinda, deshaciendo la nieve a su alrededor. Velinda lo observó con curiosidad, sin saber que lo que estaba viendo era el trozo más grande que quedaba del Palacio de Moscú, tras una explosión tan lejana que el sonido se había confundido con el de un simple trueno de una tormenta.

En la superficie del cañón aún se podía distinguir el escudo del ahora extinto reinado de la Zarina Ana Ana Anastasia, pero Velinda no tenía los suficientes conocimientos heráldicos como para distinguirlo. No tenía manera. Velinda vivía en un pueblo aislado, nunca había tenido relación alguna con ningún Zar ni otro miembro de la realeza. Y mucho menos de Moscú, tan lejos como quedaba de su pueblito en un valle de los Pirineos.

Velinda mugió y siguió pastando, indiferente.