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!relato
relato - Contraseñas · 25/06/2010
El tipo de la gabardina y guantes, subió al Orient Express en la Gare de Paris. Cuando lo hizo, aún se veían algunos tímidos rayos de sol, despidiéndose a través de las calles de la ciudad. El hombre, con el rostro serio e inmutable se sentó en su plaza, la 56B, se atusó la gabardina, se ajustó los guantes, y se dispuso a esperar. Ése era su trabajo, esperar.

A los dos minutos, un hombre con sonrisa afable se le sentó al lado, con la chaqueta al hombro, y la camisa arremangada.

-Vaya, me ha dicho el revisor que hay algún problema con la calefacción de este vagón, y vamos a pasar un poco de calor durante este viaje. ¿No tiene usted calor con esa gabardina?

-No. - mintió. Por supuesto que lo tenía, los 30 grados del vagón no eran temperatura para una gabardina. Pero su contacto esperaba a un hombre con gabardina y guantes, y eso sería lo que encontraría.

-Yo voy a Estrasburgo, a ver a mi primo y disfrutar de unas vacaciones. ¿Usted?

-Trabajo. - Respondió secamente el otro. El viaje en sí era su trabajo. Localizar a su contacto. Decir su contraseña. ?Mi madre ha salido del hospital recientemente?. Recibir la contraseña. ?Sé lo que es, mi perrito tiene la patita rota?. Intercambiar el dinero que llevaba en su maletín, por su caja. Sencillo. El único problema es que sólo disponía del número de asiento, 54B, justo enfrente del suyo. Desconocía la descripción, o la parada en que subiría. Confiaba en que no pasase mucha gente por ese asiento.

-Una lástima que el viaje haga tantas paradas. Pero al menos conoceremos mucha gente, ¿verdad? - continuó animoso el hombre de la camisa.

El hombre de la gabardina gruñó, mientras el Orient Express silbaba, despidiéndose de París.



Dos horas de viaje. Una parada en el diminuto pueblecito de Strabizquen. Un hombre enorme, con cara de pocos amigos se sentó en el asiento 54B, dejando sus bultos en el compartimento. El hombre de la gabardina, entonces carraspeó, captando su atención.
- Mi madre ha salido del hospital recientemente ? susurró el hombre de la gabardina. El enorme recién llegado le miró, sorprendido.
- Joder ¿Le he pedido que me cuente su vida? - respondió éste ? Todos tenemos problemas, pero no se los vamos contando al primero que pasa.
- No, disculpe, yo...
- Hombre, tiene razón ? interrumpió el de la camisa ? ¿Ni un buenas noches, ni nada? Todos tenemos problemas, y lamento lo de su madre, pero me ha parecido un poco brusco.
- Si, yo... tienen razón, tan solo... - El hombre de la gabardina negra y los guantes negros se ponía colorado. - Lo siento, he dormido poco y...
El silencio volvió a apoderarse del vagón. El traqueteo del tren era lo único que se atrevía a hablar.
- ¿Y qué le pasó a su pobre madre? - preguntó, invitando a la cordialidad el hombre de la camisa.
- Yo... prefiero no hablar de ello ? Respondió el hombre de la gabardina, que no había pensado una salida para una situación así
- ¡Ah! ¿Ahora no quiere hablar de ello? - bufó cabreado el tipo recién llegado.




A las cinco horas de viaje dos de ellas inventándose una disparatada historia sobre una madre ficticia con una enfermedad más ficticia aún, el enorme hombre había bajado, y en su lugar, una despampanante mujer, con un ceñido vestido negro y fumando en boquilla, ocupó su lugar. Su mirada era de las que indicaba que era toda una dama, pero en el momento más indicado, podría convertirse en una fiera. Su pose de femme fatale, hicieron decidirse al hombre de la gabardina. Tenía todas las papeletas de ser la espía con la caja que buscaba. Y en el peor de los casos, sería una manera de romper el hielo con una señorita que, por sus andares, se notaba que buscaba un hombre, fuese éste un espía o no.

- Mi madre ha salido del hospital recientemente ? susurró el hombre de la gabardina con la voz más misteriosa y masculina de la que pudo hacer acopio. No sin antes asegurarse que el hombre de la camisa seguía durmiendo.

La mujer le miró, con cara de sorpresa. Inmediatamente después, con los ojos rojos y llorosos, se abrazó a él, gritando entre llantos.

- ¡La mía también! - sollozaba, mientras secaba sus lágrimas y su nariz con la gabardina del hombre de la gabardina. Sorprendido, porque normalmente tardaba más de cinco minutos en hacer llorar a una mujer, el hombre asimiló que había errado por segunda vez.


Horas después, tras secarse la gabardina y escuchar los traumas de la feme fatale, el nuevo inquilino sentado en la 54B le miraba con ojillos de rana, mientras chupaba su pipa, intentando sacar algo bueno de ella. El de la gabardina se atusó los guantes por enésima vez, nervioso ante la mirada del hombre que parecía juzgar cada gesto.

- ¿Tiene algún problema con las manos? - preguntó con acento claramente inglés el señor de la pipa.

- Mi... mi madre ha salido del hospital recientemente.

- Y los nervios producidos por el estrés de esa situación le han generado sarpullidos, entiendo. No se preocupe, soy psiquiatra. - respondió el inglés, mientras sacaba un bloc de notas y un lápiz. - hábleme más de su madre...

El señor de la gabardina suspiró.


Una señora mayor, con una inmensa cantidad de maletas fue la decimosexta pasajera.

- Mi madre ha salido del hospital recientemente ? soltó el de la gabardina con voz monótona sin darle tiempo a sentarse.

- Vaya, siento mucho oir eso joven, mi madre precisamente...

- Que le jodan, señora. - le espetó, ante la mirada atónita de la señora, y las carcajadas del de la camisa, que se había acostumbrado al extraño juego de su compañero de viaje.


Un señor de gabardina verde y sombrero fue el decimosexto pasajero. Lo curioso de éste era su forma de moverse, hablar y vestirse, muy sospechosa. Tampoco se quitaba la gabardina a pesar del horrible calor del vagón. El de la gabardina negra sintió que ese era su hombre, pero antes de que pudiera decir nada, el de la verde se adelantó:

- Mi madre ha salido del hospital recientemente ? dijo el del sombrero, ante la mirada atónita del de la gabardina negra. Acto seguido miró el número del asiento en la chapa, miró su billete, y se levantó ? Vaya, perdón. Éste no es el 54C, ¿verdad? Me he equivocado de asiento, perdonen. No me hagan mucho caso, no he dormido mucho.


El de la gabardina negra dormía, roncando a pierna suelta, un joven trajeado entró en el vagón.

- Mi madre ha salido del hospital recientemente ? le dijo el hombre de la camisa al recién llegado.

- Vaya, cuanto lo siento yo... - Antes de que acabase la frase el de la camisa apuntó una muesca en una libreta. - ¿Qué hace?

- Nada, no se preocupe, es para una encuesta. Me ha hecho usted ganar 5 marcos.


Ya de día, el de la camisa en el vagón restaurante, un nuevo personaje se sentó en el 54B. Un señor de pajarita, con una caja a la que se aferraba como si la vida le fuera en ello. El de la gabardina, desde su asiento, sin abrir los ojos, y de manera rutinaria le lanzó la contraseña.

- Mi madre ha salido del hospital recientemente

- Sé lo que es, mi perrito tiene la patita rota ? respondió el hombre de la pajarita palmeandola caja, y asintiendo, con una sonrisa confidente.

Al hombre de la gabardina le llevó varios segundos asimilar lo que había ocurrido, y en el momento se irguió, buscando algo en sus bolsillos.


El hombre de la camisa tomaba un café en el vagón, cuando oyó un disparo. Inmediatamente fue a su vagón, y allí encontró una desagradable y confusa escena. Un hombre, con pajarita, ensagrentado.

- ¿Qué ha pasado?

- Un hombre con una gabardina negra... - dijo el de la pajarita, con la mano en la herida ? Me ha dicho no sé qué de su madre, me ha pegado un tiro y se ha llevado mi caja, saltando en marcha.

- Qué.. ¿Qué había en la caja?


El hombre de la gabardina miraba el contenido de la caja. Había pasado una de las peores noches de su vida, había disparado a un hombre y había saltado de un tren en marcha para conseguirla. Y se había equivocado de hombre y de caja.

El contenido de la caja le miraba gimiendo con carita triste, mientras se lamía la patita.

- En serio - Pensó en voz alta -¿Quién coño pacta estas frases?