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PARABELLUM
parabellum - Miedo de juguete · 20/08/2014

 Miré directamente a sus ojos de muñeco. Ojos de mentira que intentaban imitar la mirada inocente de un bebé sin lograrlo lo más mínimo. Vacíos, inertes, inexpresivos, y a la vez amenazantes. Es sólo un muñeco, me obligué a pensar.

Luego le pegué tres tiros al puto muñeco.



- ¡Es sólo un muñeco! - se justificó mi hermano - No tengo la culpa de que sea tan miedica...

Mi padre recogió el muñeco de mi habitación, sin decir una palabra. Mi madre miraba furiosa a mi hermano. Mientras tanto, yo, la gran detective Parabellum, azote del mundo sobrenatural, lloraba en una esquina.

Ocurrió hace más de veinte años. No recuerdo exactamente qué edad tenía, pero por eso mismo creo que debió ocurrir cuando no tenía suficientes años como para saber contarlos.

Mi hermano mayor, que sabía contar los suyos e incluso hacer cosas raras como multiplicarlos, había sacado un muñeco horrible del desván y lo había colocado en mi cama. No contento con eso se escondió detrás de éste y, fingiendo una voz de ultratumba, lo hizo hablar. No recuerdo qué dijo, ni siquiera sé si lo llegué a oír. Mis gritos al ver el muñeco ahogaron cualquier frase de mi hermano, y pronto dejó la pantomima para empezar a reírse de la llorosa de su hermana pequeña.

Mi madre lo castigaría después, mi padre me consolaría. Supongo, no lo recuerdo. Pero era lo habitual.

Pero había algo que no olvidaría. El muñeco.

Piel blanca, expresión inexistente, mirando al infinito, ojos vacíos, ropas antiguas... Se suponía que debía inspirar ternura, pero solo lo lograría si te gustaba acunar bebés muertos.

- Es sólo un muñeco... - repitió mi hermano, ante los gritos de mi madre.



Es sólo un muñeco. Me repetí años más tarde.

No iba a llorar, esta vez lo tenía claro. La situación era muy diferente. Ya no era una niña pequeña asustada por un simple muñeco. No. Tenía más de veinte años y me había enfrentado ya a cosas peores. Aún así, el muñeco seguía inspirándome un miedo injustificable.

- Eres una cobarde - dijo el muñeco. El hecho de que pudiese hablar lo justificaba un poco. - He visto los miedos más profundos de cientos de personas. Zombies, esqueletos, arañas... ¿Pero un estúpido muñeco?

La Pesadilla se acercaba a mí. Ya no era un monstruo de forma indefinida compuesto de sombras. No. Eso no me asustaba tanto. El demonio había mirado en mi interior, y había visto el muñeco que aterró toda mi infancia. El cabrón se había transformado en mi peor miedo, y seguía acercándose.

- ¿En serio? ¿Una niña cobarde es lo mejor que han podido enviar para detenerme? - la criatura de rostro inexpresivo seguía acercándose. Yo seguía en el suelo, incapaz de moverme mientras la pesadilla casi me susurraba al oído. Olía a plástico y talco. Intenté reaccionar, intenté moverme, pero el miedo copaba todo mi sistema nervioso, produciéndome frío y calor, atenazando mis músculos. Intenté mover el brazo. El demonio se rió de mis esfuerzos - No puedes hacerme nada... soy tu peor pesadilla.

- ¡No eres más que un muñeco! - chillé con una voz más aguda de lo que me gustaría reconocer, mientras le clavaba la runa con los ojos cerrados al muñeco.

La pesadilla dio varios pasos atrás, primero sorprendido, luego cabreado.

- ¿Qué? ¿Qué cojones me has...?

- Es una runa antimórfica - explicó mi padre saliendo de entre las sombras. El muñeco se giró y lo miró. Pude ver cómo lo observaba con sus ojos inertes, mientras estudiaba sus miedos. Pude ver como intentaba cambiar de forma y también como la runa que había grabado en su cabeza de plástico brillaba cada vez que lo intentaba. - Evitará que puedas cambiar de forma mientras te estudiamos...

Me levanté poco a poco, aún temblando. Mi padre me había usado, pero tras varios años trabajando con él era algo que no me sorprendió lo más mínimo. Levantó al muñeco que forcejeaba inútilmente contra él, con la fuerza proporcional de un bebé de plástico. Había sido listo, había explotado mi miedo infantil para atrapar la pesadilla en una forma inofensiva, y poder estudiarla sin peligro.

Al fin y al cabo no era más que un muñeco.



De eso habían pasado unos diez años. Desde aquel día no había vuelto a tener miedo del muñeco. Verlo tan torpe, tan inofensivo había logrado que racionalizase ese miedo. También ayudaba haber visto cosas peores a lo largo de ese tiempo.

Hasta hoy...

El bebé de plástico estaba en el suelo, con dos agujeros de bala.

Dos de tres, el miedo había afectado a mi puntería. Las balas lo había atravesado limpiamente dejando dos agujeros y en el cuerpo y tres en el estucado de la pared de mi casa. Los disparos habrían despertado a los vecinos, tendría algo que explicar a la policía esa noche. Pero por el momento, había algo que me preocupaba más.

Estudié el cadáver del bebé que nunca había estado vivo. Era un solo muñeco, ni se movía ni hablaba. Eso hacía más difícil explicar cómo había entrado en mi casa.

Al lado del cadáver, una nota. Escrita con letras recargadas, góticas, una caligrafía que recordaba las vestimentas anticuadas del muñeco.

“Vuelvo a ser libre”.

 


No he vuelto a dormir desde entonces.